Dicen que Lisboa tiene una luz especial. Una luz que ha inspirado a los artistas que por allí han pasado, pero aquel fin de semana de diciembre esa luz amenazaba con no dejarse ver.
La plaza de los Restauradores nos daba la bienvenida a la primera ciudad europea que despertaba nuestras ansias viajeras y que iniciaba una buena lista que quedaba por venir. Ante nosotros la decadente, pero encantadora Lisboa.
La Lisboa que durante la Segunda Guerra Mundial fuera un paraíso para los espías de ambos bandos, exalaba una discreta decadencia, de fachadas antiguas y desconchadas, de tejados con vegetación creciendo sin control, de los cafés y las notas de sus fados…
Descubrir Lisboa significa recorrer las adoquinadas calles de Baixa sintiendo el aroma de la mezcla del Atlántico y el río Tajo. Aquí los comercios se mezclan con las iglesias, que abundan por toda la ciudad. Los viejos tranvías recorren frenéticos la cuadrícula geométrica de calles que el Marqués de Pombal proyectó para volver a dar vida a la zona baja de la ciudad después del terremoto y posterior maremoto que destruyó la ciudad el 1 de noviembre de 1755. El arco da Rua Augusta da paso a la descomunal Praça do Comercio que se abre al estuario del Tajo donde en el pasado llegaban los barcos y hoy sirve de muelle a los barcos turísticos.
Las siete colinas que componen la orografía de la ciudad se pueden franquear, por suerte para las piernas de muchos, mediante ascensores como el de Santa Justa. Este ascensor construido en 1902 comunica La Baixa con el Barrio Alto mediante dos ascensores revestidos de madera y ofrece una de las mejores vistas de Lisboa.
Otra manera de remontar sus interminables cuestas es a bordo de sus viejos tranvías, una de esas experiencias que no se pueden perder y una buena manera de recorrer la ciudad. En uno de ellos, el famoso número 28, repleto como de costumbre y entre chirridos de los raíles, llegamos al barrio de Alfama, uno de los más populares y que conserva un aire morisco con sus estrechas y desordenadas callejuelas por las que perderse.
Esta es la Lisboa rompepiernas, hecha de cuestas insufribles con un empedrado del diablo en el que juegan los niños y pasean ancianos bien entrenados en subir y bajar esas escaleras tan duras de completar en las que uno puede tonificar el cuerpo sin necesidad de acudir a un gimnasio. Y por supuesto un lugar en el que uno no deja de sentirse observado.
Desde arriba, el mirador de Santa Lucía ofrece una de las mejores vistas del estuario en los días despejados con el sonido de fondo de los tranvías y las campanas de la Catedral de la Se, levantada para conmemorar la reconquista de la ciudad a los moros y uno de los pocos edificios que sobrevivió al gran terremoto.
En lo mas alto de la ciudad se encuentra el castillo de San Jorge cuyas impresionantes vistas sobre la ciudad son deslucidas por la neblina y llovizna. El castillo fue Palacio Real desde la edad Media hasta el siglo XIX y en él fue recibido Vasco de Gama tras descubrir la ruta marítima a la India.
Y la luz apareció. Reflejada en los azulejos de las fachadas y los adoquines. Las calles del barrio de Chiado se convirtieron en un juego geométrico de luces y sombras que nos guiaron a la cafetería más famosa de Lisboa en la que nos recibe la popular estatua de Pessoa y el aroma del mejor café.
La Brasileira fue el rincón más literario de Lisboa. Esta cafetería art noveau fundada a principios del siglo XX como una tienda de café fue punto de encuentro de artistas y escritores. Hoy es un reclamo turístico en el que degustar los mejores cafés.
El ascensor da Bica comunica la parte alta con la Lisboa que mira al río, ése río que mires donde mires cuesta encontrarlo. El Tajo, el río que aquí tiene vocación de mar, la antesala a los mundos de ultramar que colmaron de riqueza a los reyes portugueses.
Para buscar la Lisboa espaciosa hay que irse a la llanura, donde fue creciendo la ciudad en el siglo XIX y XX, ofreciendo una urbe moderna con amplias avenidas, tiendas y grandes edificios.
Otra parte de la ciudad se extiende hacia la desembocadura del río en la que se encuentran históricos monumentos, pero eso ya lo veremos en otros artículos.
Lisboa, diciembre de 2008
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