Recluido entre sus murallas hasta 1859, el barrio Gótico es hoy un barrio de moda que alberga toda la historia de los inicios de la ciudad, con una fuerte personalidad donde turistas y barceloneses disfrutan de sus callejuelas, plazas e iglesias, que junto a los barrios adyacentes forman parte del primer distrito de Barcelona.
Texto y fotografía: Miguel Galmés
Frente al mar, en el distrito más antiguo de la ciudad, el de Ciudat Vella, se encuentra el barrio gótico de Barcelona o Gothic Quarter como lo conocen las hordas de turistas extranjeros y nacionales que lo visitan cada día. Hablar del gótico es hablar de la historia misma de la ciudad. La zona fue en la antigüedad un monte en cuya cima los romanos levantaron un templo dedicado a Augusto y alrededor del cual crecería una pequeña colonia, Barcino, allá por el primer siglo antes de Cristo, un lugar que desde su fundación hasta la actualidad se ha mantenido como espacio de representación política y religiosa.
Los restos de murallas muestran que la colonia del monte Táber fue el primer núcleo urbano estructurado de la zona, un núcleo que se mantendría encerrado entre sus murallas hasta bien entrado el siglo XIX cuando comenzó a abrirse poco a poco hacia el exterior. Pero sería en la década de los años 20 del pasado siglo cuando el barrio Gótico sufriría su mayor transformación en vistas a la Exposición Universal de 1929, que serviría para presentar la ciudad al mundo, y de la cual iba a depender su posterior prestigio.
Un prestigio del que también dependía el «lavado de cara» que se le iba a dar al viejo, sucio y sin ningún encanto casco histórico que tenía Barcelona a finales del XIX y principios del XX, por el que se derribaron algunas casas, se restauraron algunos edificios de interés histórico y se reconstruyeron casi en su totalidad muchos otros siguiendo un modelo de gótico ideal completamente ajeno al gótico catalán. Se iniciaba así la construcción de un imaginario ideal para el visitante.
Parte de aquellas primeras murallas son las que dan la bienvenida al visitante en la plaza Nueva frente a la Catedral, cuyas torres y flechas de nuevo cuño se lanzan al cielo. A pesar de tener una estructura gótica, su fachada tan solo tiene poco más de un siglo. En el impresionante interior de tres naves con altísimos techos el visitante podrá descubrir algunos tesoros de la ciudad, como la cripta que alberga los restos de Santa Eulalia, una joven que fue martirizada por defender su fe cristiana en el 304 D.C., o la magnífica sillería de madera tallada que compone el coro, uno de los rincones más valiosos del interior de la catedral. Anexo a ella, el claustro gótico acoge trece ocas que recuerdan la edad a la que fue martirizada la joven Santa.
No muy lejos de allí, de nuevo en la plaza Nueva, destacan los restos del que fue el acueducto que suministraba agua a la ciudad romana desde la montaña de Collserola. Junto a él las, todavía en pié, torres romanas que servían de entrada a la ciudad y que con el paso de los siglos fueron formando parte de de la estructura de diferentes edificios hasta que el «lavado de cara» las sacó de nuevo a la luz. Estas torres dan acceso al que fuera el Cardus Maximus de Barcino, hoy la calle del Obispo y que sigue la pendiente de la colina del extinto monte Táber. Posiblemente sea una de las calles más transitadas del barrio gótico, también una de las que más se «medievalizó» transformando todas las fachadas de la calle y añadiendo nuevos elementos como el famoso puente del Obispo (1928) que armoniza y embellece el entorno, y que paradójicamente es uno de los puntos del barrio gótico más fotografiados.
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La calle del Obispo desemboca en el centro neurálgico del barrio gótico, la Plaza Sant Jaume, que en tiempos romanos fue el forum y aún hoy alberga las dos instituciones más importantes de la vida política de la ciudad, el Ayuntamiento y la Generalitat. Ésta última tiene su sede en uno de los pocos edificios de origen medieval en Europa que se mantiene como sede del gobierno y de la institución que lo construyó, allá por 1410. Muchas ampliaciones han otorgado al edificio el aspecto que podemos ver hoy día, pero para ver parte del edificio original nos tendremos que situar en uno de sus laterales, en la calle San Honorato, mientras que la fachada principal que da a la plaza Sant Jaume se levantó en 1596 en estilo renacentista. Si el exterior es monumental, el interior sorprende por su patio central y su escalera con una gran ornamentación escultórica en toda su barandilla a base de óculos con diferentes motivos flamígeros, y la galería gótica del primer piso que da acceso al bucólico patio de los Naranjos, que eran comunes en las casas nobles catalanas del gótico y el renacimiento.
En uno de los laterales del Palau de la Generalitat encontraremos el entramado de estrechas y oscuras callejuelas que formaban el antiguo barrio Judío de Barcelona, el Call Jueu, con 600 años de historia y del que aún se conserva una de las cinco sinagogas que poseía la judería y el edificio habitado más antiguo de la ciudad. La comunidad judía vivió aquí hasta que el 5 de agosto de 1351 fue asaltada y sus habitantes obligados a convertirse al cristianismo o en el peor de los casos asesinados. En el Call también podemos encontrar rincones tan acogedores como la Plaza de Sant Felip Neri, una sencilla y tranquila plaza que recibe el nombre de la iglesia barroca que la preside, que llama la atención por su fachada marcada por la metralla de la Guerra Civil y que poca gente sabe que antes del conflicto bélico este lugar fue un cementerio.
Volvemos a la plaza de Sant Jaume, donde son frecuentes la celebración de actos tradicionales durante las festividades, como Sardanas y los Castellers en las que cientos de personas se agolpan con el alma en vilo para maravillarse con las colosales torres humanas. A partir aquí cualquier itinerario es posible, aunque lo mejor es dejarse llevar por la maraña de callejuelas que se extiende por lo que en la antigüedad fueron las laderas del monte Táber. Y es precisamente en su cima donde se esconde uno de los mayores secretos al descubierto de la antigua ciudad romana. Sólo cruzando una puerta que pasa inadvertida en la calle Paradís podemos retroceder en el tiempo, en un lugar impensable a la vez que original, hasta los albores de la ciudad y contemplar los restos de su templo dedicado al culto imperial a César Augusto escondido en un pequeño patio interior que alberga los que posiblemente sean uno los vestigios más antiguos del barrio gótico. Custodiadas por unas vistosas paredes verdes se alzan, en su base original, cuatro columnas romanas que conformaban el templo. Aquí los pocos turistas que dan con el emplazamiento pueden disfrutar de un lugar tranquilo compartido con los inquilinos que muchas veces observan con resignación desde las ventanas en los pisos superiores.
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Pero si lo que uno quiere es admirar las ruinas romanas de Barcino ha de sumergirse en las profundidades del subsuelo del barrio gótico y descender dos mil años en el museo de historia de la ciudad que se encuentra en la Casa Padellàs, junto a la Plaza del Rey, un palacio gótico que fue desmontado y traído piedra por piedra desde su ubicación original cerca de la Vía Laietana donde había estado desde finales del siglo XV. Hizo falta este cambio de ubicación con el fin de embellecer el entorno, realmente parece que haga siglos que los edificios están juntos, para que se descubrieran primero unas ánforas romanas y luego una amplia área arqueológica con vestigios de la época romana, la antigüedad tardía y la alta edad media que se prolongan por todo el subsuelo de la plaza del Rey, lo que constituye un atractivo de Barcelona que pocas ciudades pueden ofrecer.
Justo encima de las ruinas, la Plaza del Rey es un buen rincón donde hacer un alto en el camino en alguno de sus bares. La plaza concentra edificios góticos y renacentistas que forman parte del Palacio Real Mayor, originalmente palacio de los condes de Barcelona y luego de los reyes de Aragón que alberga el salón del Tinell, que fue Real Audiencia y después tribunal de la inquisición, y en el que tradicionalmente se cree que los Reyes Católicos recibieron a Cristóbal Colón tras su primer viaje al Nuevo Mundo. Además el palacio también alberga la capilla de Santa Águeda, construida sobre las murallas romanas, ambos forman parte del Museo de Historia de la ciudad, y el actual Archivo de la Corona de Aragón, ampliación del Palacio Real en el siglo XVI.
Plaza del Rey Capilla de Santa Águeda
Entre edificios antiquísimos, y otros no tanto, también podemos encontrar en el gótico establecimientos con mucha historia como es el caso de la cerería Subirá, que se encuentra en un local que permanece con el mismo mobiliario que cuando en el siglo XVIII albergaba una tienda de textiles. Algo más alejada, en la calle Avinyó, nos sorprende un taller de alpargatería en cuyo interior, además de vender el calzado también lo fabrican in situ. Hagamos el recorrido que hagamos, tendremos a nuestra disposición un gran número de bares y restaurantes para todos los gustos y presupuestos, desde la experiencia de una cena medieval en el Palacio Requesens hasta la posibilidad de probar los platos más típicos y tradicionales de la comida catalana en el restaurante Can Culleretes, que según el libro Guiness de los Récords es el restaurante más antiguo de Cataluña y el segundo de España, con más de 230 años a sus espaldas. El ocio nocturno está asegurado cerca de las Ramblas, en la Plaza Real, una de las pocas plazas cerradas de Barcelona, de edificios señoriales, uniformes y porticados, y posiblemente de las más bulliciosas y vitales, donde bajo sus porches se dan la mano algunos de los locales nocturnos más frecuentados y restaurantes en los que saborear pescado fresco y marisco. La misma plaza alberga una de las primeras obras del arquitecto Antoni Gaudí, dos farolas instaladas en 1879, y cada domingo acoge reuniones de coleccionistas de monedas y sellos.
Para los aficionados a los mercadillos, la plaza Nueva acoge durante los fines de semana mercadillos de antigüedades y de artesanía. Aquí también se celebra durante las fechas navideñas la tradicional Feria de Santa Lucía, de productos navideños, que en 2020 cumple su 234 aniversario. Frente a la Basílica del Pí, se celebran mercadillos de alimentación artesanal, imprescindible si se quiere tener un primer contacto con las delicias elaboradas artesanalmente en Cataluña. En el interior de la Basílica del Pí encontraremos los «Gegants del Pí», enormes figuras humanas de cartón piedra relacionados con esta parroquia desde 1601, que se sacan en desfiles durante las fiestas populares. Y una de las colecciones más importantes de escudos medievales de Cataluña.
Nada mejor que terminar la visita en alguna terraza de hotel lejos del bullicio de las calles, con una copa en mano y disfrutando de las vistas durante un tranquilo atardecer con el rumor de las golondrinas y el repicar de las campanas de un Gótico que, aunque en parte reconstruido e idealizado, seguirá siendo promovido por la industria turística e igualmente consumido.
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