De carácter independiente, Dubrovnik ha sabido reponerse de las adversidades que a sufrido a lo largo de su historia y convertirse en uno de los destinos más deseados de Croacia y del Mediterráneo oriental.
TEXTO Y FOTOGRAFÍAS: Miguel Galmés
Cuando nos acercamos a Dubrovnik desde la carretera que la une con el aeropuerto uno comienza a ver, desde la altura y entre la vegetación que forra la costa, la ciudad antigua rodeada por una muralla perfectamente rematada por grandes torres almenadas, que la convierten en un bastión impenetrable plantado desde hace 14 siglos en un saliente rocoso que se adentra sobre el mar Adriático. de tonos verdes y azules.
Dubrovnik, conocida oficialmente como Ragusa hasta el siglo XIX, fue durante mucho tiempo codiciada primero por la República Veneciana y después por el Imperio Otomano. Los primeros tomaron la ciudad para anexionarse el estratégico puerto para sus fines comerciales durante un siglo, tras el cual obtuvieron su independencia, bajo el amparo de la corona húngara, y el nombre por el cual hoy también es conocida: Ragusa.
A los Otomanos les tuvieron que hacer frente en varias batallas por el dominio del Adriático y siempre saliendo victoriosos, en parte por la gran flota militar que durante siglos se forjó la ciudad. Desde el siglo I existen evidencias que apuntan a que se construyó un gran arsenal, fuertemente fortificado, para la construcción de barcos de guerra.
Finalmente Ragusa firmó un acuerdo de alianza y protección con el Imperio Otomano por el que la ciudad obtuvo el privilegio de ser excluida de la invasión otomana a cambio del pago de un tributo, siendo la primera alianza entre un estado cristiano y otro musulmán, y definiendo su línea fronteriza con su vecina Bosnia y Herzegovina, que aún permanece.
Ragusa fue conocida como la Atenas dálmata por su riqueza cultural y sobre todo por su riqueza económica basada fundamentalmente en la navegación y el comercio marítimo. De ella se dice que tuvo una embajada en Sevilla y que colocó a dos de sus marinos en las carabelas del primer viaje de Colón al Nuevo Mundo.
La ciudad continuó con su independencia gracias a la habilidad de sus diplomáticos y la riqueza de sus mercaderes, y manteniéndose a salvo de las guerras e invasiones hasta que apareció Napoleón en escena, del que ni el dinero de sus mercaderes, ni la razón de sus diplomáticos, ni su patrón San Blas pudieron protegerla. Desde entonces la historia de la ya rebautizada como Dubrovnik fue pasando de reino en reino, por ocupaciones y dictadores hasta que en 1991 Yugoslavia se desintegró y estalló la guerra.
Por entonces nadie pensó que los serbios se atreverían a atacar Dubrovnik pero sí, lo hicieron, y el 11 de noviembre de ese mismo año la ciudad, sinónimo de cultura y arte eslavo, ardía por todas partes. En las colinas próximas, donde una vez en el pasado se detuvieron los otomanos , los serbios instalaron cañones desde donde llovieron las casi 1000 bombas que acabaron con la vida de 251 personas sólo en la ciudad amurallada, en un asedio que duró cuatro meses.
Hoy la ciudad ha curado las heridas estéticas de la guerra. Se esmeró en hacerlo al finalizar la contienda gracias a los fondos que recibió por su estatus de Patrimonio de la Humanidad y volvió a acoger a los turistas, que con el paso de los años han colocado a la ciudad en el lugar más turístico del país.
Las heridas de la guerra se cerraron, pero las cicatrices son apreciables desde las murallas, uno de los platos fuertes de toda visita a Dubrovnik , con sus 2 kilómetros de perímetro transitable, espesores de 6 metros en el lado de montaña y 3 en el lado de mar, y perfectamente restaurada. Ningún sitio mejor que este para ver, desde sus 25 metros de altura, la maraña de casas y tejados en los que las manchas de tejas rojas intentan disimular los nuevos tejados reconstruidos tras la guerra de las tejas viejas y despintadas por el paso de los siglos.
Dubrovnik se descubre mejor en los meses en los que las turbas de turistas no desbordan sus calles, aunque en realidad todo el año hay turistas cruzando el puente que da a la Puerta de Pile, que tantas veces ha salido en la serie Juego de Tronos y en la más reciente Knightfall. Pile es un punto de encuentro entre locales y visitantes donde se recuerda con orgullo el lema que siempre mantuvo en vigor: «Non bene pro toto libertas venditur auro» (la libertad no se vende ni por todo el oro del mundo).
Además constituye la entrada principal al Stari Grad, o ciudad vieja de Dubrovnik, donde las 16 máscaras de la emblemática fuente de Onofrio, la única de Dubrovnik que emana agua durante todo el día, dan la bienvenida al visitante. La fuente, salvo las 16 caras, fue destruida en el terremoto de 1667 junto con prácticamente toda la ciudad.
Desde aquí, la calle Stradum, también conocida como Placa es la arteria principal de la ciudad vieja. La avenida recta, cuyo pavimento parece tener brillo propio y que mojado se convierte en una pista de patinaje al aire libre, la atraviesa de oeste a este por la que cada día pasan cientos de turistas y locales. Aquí se concentra la mayoría de las tiendas, cafés y bancos entre las bocacalles con escaleras que suben hacia las zonas altas pegadas a la muralla.
Los 300 metros de longitud de Stradum unen las puertas de Pile y Ploče, que da acceso al viejo puerto. Pero antes el visitante ha de cruzar la plaza Sponza, en cuyo centro se erige la columna con la estatua del famoso caballero Orlando, todo un símbolo de la libertad e independencia de la República de Dubrovnik, en la que fueron proclamadas todas las decisiones de las autoridades de la antigua república. Hoy lo único que se proclama desde la estatua son las aperturas de festivales o eventos relevantes de la ciudad.
La plaza está rodeada de palacios como el de Sponza, antigua aduana de la República de Ragusa en la que recalaban las mercancías traídas de todas las partes del mundo conocido para ser vendidas en los mercados de la ciudad, y más tarde casa de la moneda donde se acuñaba la moneda oficial de la República, además de ser uno de los pocos edificios que resistió el gran terremoto. Hoy el palacio es sede del Archivo de Dubrovnik y alberga el Memorial a los defensores de la ciudad, un homenaje a los soldados y civiles que murieron defendiendo Dubrovnik durante el asedio de 1991-1992.
Los mercados, que todavía hoy se celebran alrededor de ésta y otras plazas, donde los locales acuden para abastecer sus despensas se llenan de productos frescos y tradicionales traídos de extramuros y localidades cercanas desde primeras horas de la mañana, mezclándose en algunos casos con las mesas de las cafeterías en las que hacer un alto en el camino y recrearse viendo pasar la vida de la ciudad mientras se disfruta de alguno de los caprichos culinarios croatas.
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Al pasear por las callejuelas uno encuentra tiendas de artesanía, capillas y alguna que otra plaza. Aunque también es posible encontrarse con carteles en las fachadas que indican que un edificio fue destrozado por alguna bomba o incluso algunas fotografías colgadas a modo de mural que muestran las ruinas de ese lugar tras los bombardeos, reflejo de unos odios que venían de lejos y que abocó a seis repúblicas, cinco naciones, cuatro lenguas, dos alfabetos y tres religiones a una guerra en este borde de los Balcanes.
Uno de los edificios más impresionantes de Dubrovnik es el Palacio del Rector, en el que se puede sentir la época dorada de la República. El palacio era la sede del gobierno y residencia del rector durante el mes que duraban los mandatos. De aquí no podía salir salvo por razones de estado y se dedicaba en cuerpo y alma a los asuntos de la República, como reza la inscripción de la entrada: OBLITI PRIVATORUM PUBLICA CURATE ( Olvida lo privado y encárgate de lo público). Algo que convendría recordar a la clase política actual.
Para los viajeros con gusto por la historia este será uno de los puntos marcados en el mapa ya que el edificio alberga el Museo de Historia de la ciudad, y en verano el patio interior se convierte en escenario para los conciertos de música clásica que se celebran cada año con motivo del Festival de Verano de Dubrovnik, un festival que desarrolla durante los meses de julio y agosto un rico programa cultural de conciertos de música clásica, obras de teatro y espectáculos de danza en escenarios urbanos repartidos por toda la ciudad.
A pocos metros se levanta la Catedral Barroca, construida sobre los restos de la primera basílica románica de la costa oriental del Adriático, con una rica ornamentación entre la que destacan obras de Tiziano y Rafael. En una de las capillas se guarda el Tesoro de la Catedral, un conjunto de reliquias que sobrevivieron al terremoto cuyo principal exponente son los restos de San Blas, patrón de la ciudad, que en muchos edificios se ve portando una maqueta de Dubrovnik anterior al terremoto.
El sentimiento devoto de Dubrovnik se refleja en el gran número de edificios religiosos que se dan cabida dentro de los murallas de la ciudad antigua. En la concurrida calle Stradum se encuentra el Monasterio de los Franciscanos, cuyo claustro de dos niveles queda a la sombra de la auténtica joya del monasterio, su botica, utilizada en sus orígenes únicamente por los monjes y que poco a poco comenzó a dar servicio a los habitantes de la ciudad hasta la actualidad, siendo la tercera botica más antigua de de Europa todavía en funcionamiento.
Otro monasterio, el de los Dominicos, situado en el otro extremo de la ciudad, en una calle que muchos seriéfilos recordarán por recrear los callejones de »Kings Landing» (Desembarco del Rey) en Juego de Tronos, guarda entre sus viejos muros una de las mayores pinacotecas de Croacia y una biblioteca con más de 16.000 libros, entre ellos 200 incunables, de los que destaca un Tratado de Santo Tomás de Aquino del siglo XIV.
Cruzando la puerta de Ploče se encuentra el viejo puerto de Dubrovnik, que acogió durante siglos a los galeones que venían de todas partes del mundo con sus mercancías. Hoy, con un poco de suerte, podemos ver alguna réplica de aquellos barcos que se utilizan para pasear a los turistas por todo el litoral y, durante todo el día, el ir y venir de pequeñas embarcaciones de recreo. Durante la temporada de cruceros el puerto recibe a los cruceristas que llegan en lanchas desde su punto de fondeo, fuera del puerto.
Un paseo por la zona permitirá contemplar algunos edificios que han sobrevivido de aquella época dorada en la que el pequeño puerto de Dubrovnik fue un gran puerto del Mediterráneo. En el lugar en el que ahora hay cines y restaurantes se ubicaron el Arsenal, los antiguos astilleros y la Cuarentena, donde quienes llegaban por mar debían esperar su permiso para acceder a la ciudad.
Al otro lado de la ciudad otro puerto más modesto está custodiado por los fuertes de Bokar, en la muralla de la ciudad, y el fuerte Lovrjenac, una fortificación situada en un risco a 37 metros de altura que data del periodo en el que la ciudad estuvo bajo el dominio de la República Veneciana, creando una pequeña y apacible bahía a la que no llegan barcos
De nuevo, para muchos este entorno les sonará a la serie Juego de Tronos ya que tanto en la fortaleza de Lovrjenac como el pequeño muelle de piedra se rodó gran parte de los capítulos de la primera temporada representando a la Fortaleza Roja.
Tal era la importancia de esta fortaleza, que las guarniciones de soldados se cambiaban cada 30 días, los mismos días que disponían de alimento, y los cañones de las murallas apuntaban hacia él por si los destacamentos se sublevaban.
El acceso a la fortaleza es posible con el mismo ticket que el de las murallas y vale la pena visitarlo, desde aquí hay unas vistas fabulosas a la ciudad y a la pequeña isla de Lokrum, de la que se dice que el mismísimo Ricardo Corazón de León naufragó en ella al regreso de las Cruzadas.
En este paseo por la perla del Adriático no podía faltar el ascenso en el funicular hasta lo alto del monte sobrevolando la ladera de cipreses, que por tradición eran plantados por los habitantes de Ragusa para abastecer de madera a los astilleros, donde nos esperan unas maravillosas vistas de la ciudad y de los alrededores de Dubrovnik donde las islas se esparcen por el Mar Adriático hasta el horizonte. Desde aquí arriba es imposible resistirse al encanto de una de las ciudades más hermosas del Mediterráneo.
Dubrovnik, Croacia 2014.
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