Lugar destacado de la cristiandad desde la Edad Media, Rocamadour es un auténtico reto al equilibrio y a la fe.
Ante mí los 216 escalones de la gran escalinata que conducían a la ciudad religiosa. Mucho antes que yo, reyes, nobles, predicadores, clérigos y anónimos habían llegado hasta aquí en peregrinación para redimirse de sus pecados en el célebre santuario de la Virgen Negra. El colofón a aquel peregrinaje consistía en subir la escalera de rodillas pero mí devoción no llegaría a tanto, bastante tendría con subir aquello con el calor sofocante de julio y que no me diera un síncope durante el ascenso. Iba a poner a prueba los poderes milagrosos de la virgen.
Rocamadour se levanta en una pared del cañón del Alzou, desafiando la gravedad, a 60 km al sur de la ciudad de Brive-la-Gaillarde en mitad del Parque nacional del Causse de Quercy y su historia se remonta a los albores del primer milenio cuando, según la leyenda, el ermitaño San Amador habría esculpido la imagen de la Virgen María. En 1166 se encontró el cuerpo incorrupto de, supuestamente, San Amador y a partir de ahí se difundió su culto, se extendieron por la Cristiandad los milagros de la Virgen, y hacia 1172 recogieron en un libro 126 hechos portentosos, lo que atrajo a miles de peregrinos convirtiendo el lugar en uno de los más sagrados de Francia y Europa. El santo y la roca dieron el nombre a localidad.
Se había obrado el milagro. 216 escalones después accedimos a la ciudad religiosa y Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, compuesta por un complejo de 7 santuarios que rodean la plaza de las iglesias y que parece más un patio palaciego que la entrada a un recinto religioso. En el siglo XIX se llevó a cabo una restauración de todo el complejo y de los 12 santuarios originales sólo los 7 actuales fueron restaurados. Otras capillas se adentran en la roca. A falta de espacio, cualquier hueco es bueno.
El santuario más reclamado es el de Nuestra Señora de Rocamadour, una pequeña capilla presidida por la Virgen Negra y que alberga un montón de barcos en miniatura colgando del techo dado que la Virgen también es patrona de los marineros, pese a estar a cientos de kilómetros de cualquier mar. Cuesta imaginar el trasiego de marinos con sus exvotos tan tierra adentro.
Siguiendo con las leyendas, se puede apreciar en la pared del acantilado la espada Durandal, el arma que Carlomagno regaló a su sobrino Roldán cuando fue nombrado caballero. La espada también tenía propiedades sobrenaturales y guardaba varias reliquias como un diente de San Pedro, sangre y cabellos de San Basilio y un retazo del mantel de Santa María. Antes de morir en Roncesvalles, Roldán ayudado de San Miguel, lanzó la espada al aire con tal fuerza que acabó clavándose en el acantilado de Rocamadour, y voilá, otro gancho para una peregrinación.
Fuera de la ciudad religiosa un sendero con las catorce estaciones del Camino de la Cruz asciende al tercer nivel, donde un castillo totalmente remodelado en el siglo XIX sobre el anterior medieval corona el acantilado.
Las vistas desde las murallas del castillo son increíbles y permiten instagramear a gusto la población, esparcida verticalmente en los tres niveles que la componen y que también se pueden sortear mediante ascensores.
Abajo una única calle atraviesa el pueblo, donde se puede degustar una de las especialidades gastronómicas de la zona: el queso de Rocamadour o Cabécou de Rocamadour, un queso de cabra muy popular en la región y toda clase de embutido.
Rocamadour posee el encanto que caracteriza a muchos pueblos de Francia. Pero pese a ser bonito, muy cuidado y cargado de historia, no deja de ser en definitiva una calle repleta de tiendas de souvenirs, caros hotelitos, restaurantes, y ese gran negocio que la iglesia supo aprovechar para convertir el lugar en punto de peregrinaje e ir haciendo caja por los siglos de los siglos.
Rocamadour, julio de 2013
Impresionante lugar. Ojala pueda ir allí en breve.
Las fotos son muy chulas.
Gracias Ander por tu visita y comentario.
Seguro que algún día irás. Espero que mi artículo te haya servido.
Saludos!!