Considerada la cuarta ciudad de la antigua Unión Soviética, Tbilisi se despierta como la gran metrópoli del Cáucaso tras más de una década de estancamiento después de la caída de la URSS y el cáos que le siguió.
TEXTO Y FOTOGRAFÍAS: MIGUEL GALMÉS
Fundada en el siglo V, Tbilisi es la ciudad más grande de Georgia superando el 1.300.000 habitantes, donde conviven pacíficamente más de cien grupos étnicos diferentes en una superficie de 726 kilómetros cuadrados.
Su estratégica situación en el cruce de caminos entre Asia y Europa hizo que la ciudad fuera saqueada en varias ocasiones a lo largo de su complicada historia, que ha dado al país y a su capital una maravillosa herencia arquitectónica y artística, influenciada por todos los imperios que han pasado por aquí en los últimos 1.500 años. Persas, bizantinos, árabes, mongoles y rusos han dejado su seña de identidad en cada rincón de una ciudad que hechiza al visitante en cuanto pone el pie en ella.
Tras una breve independencia durante el periodo de entreguerras, el ejército bolchevique invadió el país en 1921 haciendo que la ciudad se industrializara y se convirtiera en un importante centro político. Con el avance del comunismo la ciudad fue escenario de protestas, el culto religioso se prohibió reconvirtiendo algunos templos en almacenes o talleres hasta el colapso de la Unión Soviética, que traería períodos de inestabilidad y una guerra civil que duraría dos semanas.
Pero por lo que todo el mundo puede relacionar al país y la ciudad es por los frecuentes enfrentamientos entre clanes mafiosos, el crimen organizado y por la Guerra de Osetia del Sur en 2008, durante la cual la ciudad sufrió bombardeos en sus instalaciones militares.
Como si hubiera sido un mal sueño ese tiempo ha pasado y tanto Tbilisi como Georgia cuentan con una situación política estable, se ha erradicado la mafia y el crimen organizado y el país se ha colocado a la vanguardia de los países del Este cambiándole la cara y dándole un estilo occidental que se nota rápidamente en su capital.
Cuando uno llega por avión a Tbilisi es obsequiado con una botella de vino, un símbolo de bienvenida que estará presente durante toda la estancia en la ciudad, y es que esta está considerada la tierra donde nació el cultivo de vid por lo que el vino siempre estará presente en cualquier celebración.
Comenzar la visita en la artería principal de la Tiflis, la avenida Rustaveli, da muestra de la riqueza de la ciudad. Durante el siglo XIX Tbilisi se expandió por esta gran avenida señorial de edificios modernistas donde incluso la familia imperial rusa tuvo una residencia más allá de los límites del Cáucaso. A lo largo de su kilómetro y medio de longitud se levantaron teatros, museos, academias, iglesias, cines y el imponente edificio del antiguo Parlamento, de estilo típicamente soviético y cuyas 16 columnas representan las 16 ex-repúblicas soviéticas, que no alberga la soberanía nacional desde que en 2012 fue trasladada a la ciudad de Kutaisi. Hoy en la avenida Rustaveli abundan los puestos ambulantes de recuerdos donde poder hacerse con los típicos cuernos para los brindis y los hoteles de alto nivel pero sigue siendo la calle más importante y de mayor tráfico de la ciudad en la que los viejos ladas se codean con los más modernos mercedes y donde se sigue concentrando toda la actividad cultural.
Siguendo por la avenida Rustaveli se alcanza La plaza de la Libertad, centro de la ciudad y la entrada al vibrante casco viejo de Tbilisi. Aquí se encuentra el edificio de estilo ecléctico del ayuntamiento, que destaca sobre el resto de la plaza en cuyo centro durante en la época soviética se hallaba la efigie de Lenin, hoy se levanta una columna de 40 metros coronada por una estatua dorada de San Jorge atravesando con su lanza al dragón.
Llegar hasta el centro es fácil ya que es parada de todos los medios de transporte, tanto las locas marshrutkas como los autobuses o el metro con el que cuenta la ciudad, una buena y rápida opción para desplazarse y evitar el caótico tráfico de sus calles. Cuenta con dos líneas con estaciones exteriores y subterráneas de aspecto soviético a las que se accede mediante largas escaleras mecánicas custodiadas por personal del metro, normalmente mujeres.
Al pasear por el casco antiguo de Tbilisi, a la sombra de la fortaleza Narikala, uno contempla el gran trabajo de restauración que se ha llevado a cabo en los últimos años. Este es un laberinto de casas y calles sinuosas que ha sobrevivido a los siglos. Aquí Mezquita, sinagoga e iglesias conviven a escasos metros unas de otras junto a edificios con viejos balcones de estilo georgiano realmente cautivadores, compuestos de celosías delicadamente talladas en madera, encajes de carpintería y arcos caprichosamente perfilados que recuerdan el paso de persas y otomanos, y pequeños hoteles y hostels que han surgido debido al despegue turístico que vive la ciudad.
Tiendas de souvenires, bares, restaurantes y establecimientos de toda la vida se suceden en la calle Kote Afkhazi, la arteria principal del viejo Tbilisi donde se encuentran algunos de los puntos de interés de la ciudad como la gran Sinagoga que mira a Jerusalén o la iglesia armenia de Norashen y la ortodoxa de Jvaris Mama.
Sin embargo Fuera de las calles principales del casco antiguo los edificios siguen en un estado lamentable o abandonados. Algunas casas y edificios se aguantan con vigas de acero jugando con la gravedad para no venirse abajo en cualquier momento. Otras directamente se derrumban sobre si mismas sin que nadie haga nada para evitarlo.
El margen del río reresenta el lugar de ocio nocturno de la ciudad. Bares, restaurantes y pubs donde suena el jazz la convierten en el típico lugar de turisteo con ambiente cosmopolita donde mezclarse con los locales. Si lo que se busca es probar la gastronomía georgiana con sus Kinkalis y Kachapuris o sus berengenas fritas y cerdo asado basta con acudir a cualquiera de los muchos restaurantes repartidos por la ciudad donde en algunos se puede disfrutar de la música tradicional y de las famosas danzas llenas de fuerza y coraje. Casi con total seguridad, acabaremos formando parte de alguna celebración y viviendo la tradición de los brindis georgianos, muestra de la gran hospitalidad del país.
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La Tbilisi más moderna está en el otro margen del río Kura. Muchos puentes lo cruzan pero el más emblemático quizá sea el puente de La Paz, una estructura de acero y vidrio inaugurado en 2010 que une la parte antigua de la ciudad con el parque Rika, una amplia zona verde con dos edificios de vanguardia que albergan exposiciones y salas de conciertos a la sombra del Palacio Presidencial, una suerte de Casa Blanca georgiana en medio de un barrio cuyas casas a duras penas se aguantan.
Además el parque es la zona recreativa más reciente de la ciudad y es sede de numerosas instalaciones de entretenimiento, como fuentes de música, muros de escalada artificial, laberinto infantil, mega tablero de ajedrez, así como senderos y rincones tranquilos.
Al otro lado del parque se encuentra Avlabari, un foco de gran comercio de vino lleno de artesanos que levantó la comunidad armenia. Hoy el antiguo barrio armenio es un buen lugar para perderse por sus callejuelas, una zona de hermosos caserones colgando del acantilado sobre el río Kura.
En este barrio encontramos uno de los templos más antiguos y famosos de la ciudad, la iglesia de Metekhi, que se alza sobre el río en el mismo lugar en el que según la historia fue fundada la ciudad por el rey Vakhtang Gorgasali, al que una estatua ecuestre le rinde tributo.
Desde aquí uno se puede deleitar con la vista de Abanotubani, la zona donde según la leyenda el halcón del rey Gorgasali murió al posarse en las aguas sulfurosas que de aquí emanan. El descubrimiento de estos manantiales fue la razón de la fundación de ciudad y el traslado de la capital desde Mtscheka a Tbilisi.
Entrar en Abanotubani es adentrarse a la zona más asiática de la Tbilisi, donde se mezcla lo europeo y lo oriental. Los manantiales que discurren por el subsuelo dieron origen al nombre de la ciudad y ayudaron al afloramiento de las casas de baños quele otorgaron fama, cuyas cúpulas de ladrillo ventilan el vapor de las salas de masaje y baño que han estado abiertos desde el siglo XVII. La zona es lugar de reunión para los más jóvenes mientras que los turistas la recorren con curiosidad.
Los baños más famosos son los de Orbeliani, con su inconfundible fachada de azulejos que recuerda a las mezquitas de Asia Central, y a pocos metros de aquí se puede observar el minarete de ladrillo rojo coronado por una pequeña cúpula azul de la Mezquita de Tbilisi, la única del mundo en la que suníes y chiíes rezan juntos.
Otra manera de disfrutar de la ciudad antigua es desde el teleférico ubicado en el parque Rika, que nos lleva hasta la fortaleza Narikala, de origen mogol y usada entre los siglos IV y XVII para defender las rutas comerciales que pasaban por este próspero núcleo comercial en el corazón de la ruta de la seda y para proteger la ciudad. Desde aquí se puede llegar hasta la estatua de la Madre Georgia, el símbolo del país, una escultura de 20 metros de altura que es visible desde casi cualquier punto de la ciudad.
La kartlis Deda, como se la conoce en georgiano, fue construida en metal en 1958. Representa a una mujer vestida con el traje típico de Georgia y Sujeta en una mano un cuenco de vino, como símbolo de amistad y bienvenida, y en la otra una espada para luchar contra sus enemigos.
En este punto se divisa toda la capital. La impresionante vista de la mezcla del viejo y el nuevo tejido urbano con los gigantescos bloques de pisos de herencia soviética, los barrios de casas bajas, rascacielos en construcción y a lo lejos las estribaciones del Gran Cáucaso.
Resalta también entre las casas bajas los 85 metros de alto de la colosal figura de la Catedral de la Grandísima Trinidad. El tercer templo ortodoxo más grande del mundo construido para conmemorar los 1500 años del patriarcado georgiano.
Levantada sobre un antiguo cementerio armenio, su construcción se inició en 1995 como un símbolo del renacimiento nacional y espiritual georgiano y fue financiada principalmente por donaciones anónimas y de personajes de negocios, consagrándose 9 años después.
Los datos de esta catedral son de escándalo: capacidad para 15.000 fieles, consta de 9 capillas, un área total de 5.000 metros cuadrados y una superficie interior de 2.000.
Una buena manera de acabar el día es tomando algún sabroso helado o una cerveza fresca en alguno de los bares de ambiente tranquilo y acogedor de la calle Shavteli donde pasar un rato o hacer un alto en el camino una cálida tarde de verano contemplando el rincón con más encanto de Tbilisi, el rosado Café Gabriadze al lado de la antigua basílica de Anchiskhati, un templo del siglo VI con maravillosos frescos, y la curiosa y pintoresca torre del reloj inclinada del Teatro Gabriadze, que ofrece famosos espectáculos de marionetas, donde cada hora un autómata sale de su campanario y toca una campana con una martillo para volver a recluirse.
Y así Tbilisi se esfuerza en preservar su historia y se reinventa como una capital donde el este se encuentra con el oeste, multiétnica y multireligiosa, que da la bienvenida a turistas de todo el mundo con un carácter abierto y hospitalario donde se respira la alegría mediterránea y con un nivel de seguridad equiparable a las ciudades de occidente, y que además es asequible para la media europea, que sin duda encontrará en esta metrópoli del Cáucaso todo un descubrimiento.
Tbilisi, República de Georgia, 2015.
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k.
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