Sarajevo fue símbolo del cruce de las culturas romana, bizantina y otomana, y se hizo tristemente conocida por el sangriento asedio que sufrió durante la guerra de Bosnia en la que musulmanes, serbios y croatas se enfrentaron por el control del país, desatando una barbarie en forma de limpieza étnica que no se había visto en Europa desde el fin de la Segunda Guerra Mundial.
Llegar a una de las ciudades en las que solo su nombre ya se relaciona con la historia del siglo XX produce cierta sensación de curiosidad, emoción y respeto, quizá las primeras porque para muchos expertos el loco siglo XX comenzó y acabó aquí, y lo segundo porque en cierta forma el devenir de Europa durante ese siglo tiene mucho que ver con destino de esta ciudad.
Pero Sarajevo no solo ha sido noticia por los episodios bélicos que ha vivido. El destino también quiso que en 1984 la ciudad organizara los Juegos Olímpicos de invierno y aún hoy es posible ver algún cartel de aquel año en que el deporte volvió a poner a la ciudad en el mapa, un recuerdo efímero que desparece rápidamente. Las cicatrices de la guerra aún son visibles en la capital de Bosnia y Herzegovina veinte años después. Al caminar por sus calles uno se puede cruzar con las heridas de la metralla en la fachadas y los esqueletos de los edificios que nunca fueron reconstruidos, hasta las famosas Rosas de Sarajevo, las marcas causadas por las decenas de granadas y obuses que cayeron en el asfalto de las calles y que tras el conflicto fueron rellenadas con resina de color rojo en reconocimiento a los ciudadanos que murieron a causa de ellas.
Los sefarditas expulsados de la España de los Reyes Católicos se asentaron en Sarajevo después de 1492, coincidiendo con la creación de la ciudad en el corazón del Imperio Otomano en Europa. Los 500 años de dominio Otomano y el corto dominio Austro-Húngaro han hecho de Sarajevo, y en general de toda Bosnia y Herzegovina, un complejo encuentro de culturas que le da un aire de misterio y exotismo. Esta rica historia de diversidad religiosa y coexistencia entre musulmanes, católicos, ortodoxos y judíos hacen que Sarajevo sea conocida como la «Jerusalén de Europa» y la única ciudad del viejo continente donde uno puede ver una iglesia ortodoxa, una católica, una mezquita musulmana y una sinagoga judía en menos de 1 kilómetro cuadrado.
El barrio de Baščaršija es un pedazo de mundo musulmán en territorio europeo. Aquí se desarrolló la ciudad otomana, que durante los siglos XVI y XVII llegó a ser la segunda ciudad más importante del Imperio Otomano tras Constantinopla, la actual Estambul. En la entrada al barrio de Baščaršija se encuentra la famosa fuente de Sebilj, de estilo Morisco y forma de quiosco, el centro neurálgico de la ciudad y punto de encuentro de muchos sarajevenses de todas las edades que se reúnen en torno a este monumento, también los perros callejeros de la ciudad se dan cita aquí, en la pequeña plaza conocida como «Plaza de las palomas», debido a la gran colonia de estas aves que la frecuenta. Muy cerca de ella se levanta la Mezquita Havadja Durak, con su alto minarete, construida en 1530, donde es posible ver el rezo en la terraza.
Hoy Baščaršija es el corazón de Sarajevo, santuario de los artesanos del cobre y del cuero que se concentran en el entramado de calles empedradas que conforman el gran bazar, un barrio en sí mismo en el que el martillear de los artesanos se convierte en la melodía que acompaña a los visitantes por las callejuelas con olores a especias y a cuero viejo.
Las calles de piedra del barrio de la ciudad vieja ,Stari Grad, son un lugar perfecto para perderse entre tiendas de souvenirs en los que el regalo estrella son los casquillos de bala convertidos en bolígrafos, o cafeterías llenas de vida donde poder degustar auténtico café turco acompañado del rahatlokum, un dulce de gelatina. La calle Ferhadija es quizá la parte más animada de la ciudad, un hervidero de gente desde primeras horas del día hasta bien entrada la tarde. Aquí las tiendas de las grandes marcas luchan por tener presencia junto con pastelerías, vendedores de periódicos, puestos ambulantes y bancos donde los turistas acuden a cambiar sus divisas a la moneda local, el marco bosnioherzegovino. Además es posible cruzarse con alguna joya del pasado, las antiguas posadas o caravanserais que en tiempos de las grandes rutas entre oriente y occidente proporcionaban alojamiento a los caravaneros y viajeros así como la mercancía y los caballos con los que viajaban, y que aquí reciben el nombre de Han. Hoy son patios con cafés, restaurantes y tiendas de alfombras como ocurre con el Morića Han, un precioso lugar en el que sentarse y tomarse una copa en el patio imaginándose cómo debía ser en la época de las caravanas de la ruta de la seda, o el Koloraba Han, del cual hoy apenas quedan unos muros y el patio central.
Detrás de Morića Han se encuentra la vieja iglesia Ortodoxa, protegida por un muro en la calle Mula Mustafe que esconde un paraíso de de paz en medio del ajetreo de la ciudad. Aquí, su pequeño museo es considerado uno de los cinco museos ortodoxos más importantes del mundo, con una rica colección de pinturas antiguas, manuscritos, entre ellos el códice de Sarajevo del siglo XIV, objetos religiosos y armas.
En la misma calle, pero algo más alejada, asoman los dos campanarios de piedra y tejado negro de la Catedral del Corazón de Jesús, que recuerdan a la versión más austera de la Catedral de St. Teyn de Praga. La Catedral es la más grande de todo el país y el centro de culto católico de la ciudad. Frente a la fachada principal muchos turistas se fotografían junto a la estatua del Papa Juan Pablo II, quien visitó la ciudad poco después de finalizar la guerra para enviar un mensaje de paz y tolerancia desde la capital de Bosnia y Herzegovina.
En algún momento los cantos del muecín nos llevan a la Mezquita Gazi Husrev Begova, el edificio islámico más representativo en Bosnia y Herzegovina y de los mejores ejemplos de arquitectura islámica Otomana en los Balcanes. El edificio original fue diseñado por un arquitecto persa y construida por masones de Dubrovnik en 1530/1531. Pegada se encuentra la Universidad Islámica (Madrasa), en funcionamiento desde 1537.
Frente al río Miljacka y cerca del centro histórico se levanta la Vijećnica, un grandioso edificio pseudomorisco que en 2014 resurgió de sus cenizas después de que en 1992, siendo entonces la Biblioteca Nacional y Universitaria de Bosnia-Herzegovina, el ejército serbobosnio lo bombardeara y acabara con prácticamente todo el legado cultural de los musulmanes bosnios.
El edificio ardió durante días ante la impotencia de los equipos de emergencia, que además de tener que luchar contra el fuego tenían que resguardarse de las balas de los francotiradores, y de la población que veía como ese legado cultural, por el que algunos habían dado la vida, se esparcía sobre la ciudad en forma de ceniza.
Tras la guerra, el pueblo de Sarajevo puso todo su empeño en reconstruirlo con el máximo detalle del diseño original, incluso pintándolo igual que cuando lo construyeron en 1896. En su interior destaca el inmenso atrio, enmarcado por dos pisos de columnatas hexagonales en los que inciden de forma caprichosa los haces de luz de múltiples colores de su enorme vidriera superior.
Hoy la Vijećnica es un monumento nacional que alberga eventos y exposiciones, la Biblioteca Nacional y Universitaria de Bosnia y Herzegovina y el salón de sesiones del ayuntamiento de la ciudad. Su inauguración coincidió con el centenario de otro hecho histórico, el asesinato del heredero del Imperio Austro-Húngaro y su mujer, quienes ese fatídico día habían estado en una recepción en el edificio.
No muy lejos de allí, siguiendo el curso del río y del destino del Gräf & Stift Double Phaeton que transportaba a la regia pareja nos encontramos con el Museo de Sarajevo 1878-1918, que se levanta a pocos metros del Puente Latino, lugar donde el 28 de junio de 1914 el joven Gavrilo Princip disparó al archiduque Francisco Fernando y su mujer Sofía, causándoles la muerte. Un atentado que desencadenó la Primera Guerra Mundial y que marcaría el destino de la ciudad y de Europa durante todo un siglo. Una placa conmemora el hecho en la fachada del museo, en cuyo interior podremos ver desde la réplica de los trajes, las armas utilizadas y periódicos de la época.
El Puente Latino quizá sea el más famoso de los puentes que cruzan el río Miljacka, pero no es el único. Otros 24 puentes y pasarelas cruzan el río de Sarajevo uniendo las dos orillas de la ciudad. Algunos son Monumento Nacional de Bosnia y Herzegovina, como el Šeherćehaja y el puente del Emperador, otros más modernos buscan su sitio como el puente Festina con «looping» incluido frente a la Universidad de las Artes de Sarajevo, un edificio que nació como iglesia evangélica , y más puentes como el Skenderija pretenden llevar el sello Eiffel aunque no haya ningún documento que lo respalde. Muy próximo a éste se encuentra la Sinagoga Judía de Sarajevo, donde todavía acuden los pocos descendientes de aquellos judíos expulsados por Isabel la Católica que continúan practicando los mismos ritos que hace cinco siglos.
Como parte del imperio Austro-Húngaro, la ciudad fue un campo de pruebas para las mejoras urbanísticas antes de ser implantadas en la capital del Imperio, Viena, siendo la primera ciudad de Europa en tener una red de tranvía eléctrico con servicio ininterrumpido. Hoy en día el tranvía es un icono de la ciudad, con sus vagones de colores vistosos que se reparten en seis líneas que se complementan con trolebuses y autobuses.
Al final de la calle Ferhadija una llama eterna permanece encendida desde el 6 de abril de 1945, día de Sarajevo, que conmemora la liberación sobre los nazis. El destino también quiso que un 6 de abril de 1992, tras la desintegración de Yugoslavia, la convivencia que había caracterizado al país durante siglos se desmoronase y estallase la guerra de Bosnia.
Al otro lado del aeropuerto se haya la salida del túnel por el que huía la gente o llevaba comida a sus casas durante los 1322 días que duro el asedio al que fue sometido la ciudad, convirtiéndose en el mayor asedio en la historia de la guerra moderna. La ciudad estaba completamente rodeada por la artillería serbia, que la bombardeo con dos millones de bombas, muriendo 16.000 personas, 1.600 de ellas niños, y provocando millones de desplazados.
Los cementerios se reparten por los distintos barrios de la ciudad. Cientos de columnas blancas se levantan como si fueran las almas de los combatientes del ejército oficial de Bosnia y Herzegovina que están enterrados en el Cementerio de Kovači, donde además está la tumba de Alija Izetbegovic, el primer presidente del país. Pero el corazón se nos sobrecoge en el parque Veliki, uno de los monumentos más importantes de Sarajevo. Un homenaje a los 1600 niños y niñas que murieron durante el sitio, y en el que se les recuerda con nombres, apellidos y edades.
Hacia el oestese extiende el Sarajevo moderno. Las formas estilizadas de la torre Avaz Twist ofrecen el lugar más alto de ciudad para disfrutar de unas buenas vistas, y las avenidas anchas, algunas conocidas como la avenida de los francotiradores por haber sido tomada por francotiradores serbios que disparaban a cualquier persona, tanto civil como militar, que pasara por allí, comparten espacio con los centros comerciales, embajadas y edificios residenciales, cuyas estructuras aún muestran el castigo y la dureza de guerra.
Cuando las oficinas y comercios cierran es buen momento para volver a las calles del centro donde los bares y cafeterías se llenan de una generación de jóvenes que quiere superar la guerra y borrar las barreras que aún hoy existen entre ambas partes. El olor a especias y a carne asada inunda las calles y restaurantes donde preparan el plato estrella de Bosnia, el Cevapcici, una especie de Kebab de carne de cordero y ternera servido con pan de pita y acompañado de cebolla picada y queso fresco. Un buen lugar para probarlo es el restaurante Inat kuća, frente al edificio de Vijećnica, una casa tradicional con una historia increíble, que fue traída desde la otra orilla del río al lugar donde está hoy para evitar la demolición. El interior a sabido mantener la atmósfera de una auténtica casa bosnia durante el período Otomano.
Al caer la tarde merece la pena acercarse al Bastión Amarillo, un antiguo fuerte de defensa, en el que se puede disfrutar de un té o café con unas vistas espectaculares de todo Sarajevo y sus atardeceres. La ciudad antigua y la moderna se mezclan mientras la llamada de los muecines de las mezquitas y el replicar de las campanas de las iglesias nos recuerdan que, pese a todo, Sarajevo sigue siendo un crisol de culturas.
Sarajevo, Bosnia y Herzegovina, 2014.
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